El espíritu de Tárrega


No solamente es a través de la música de un autor la forma como conocemos a ese artista. Ciertamente, la música de Francisco Tárrega dice mucho de su tiempo, de su modo de ser, de su espiritualidad, de su sencillez. Incluso, con sus transcripciones de obras clásicas: puso al alcance de las seis cuerdas las obras monumentales de Beethoven, Mozart, Haydn, Mendelssohn, Bach, Chopin, Puccini, Schubert y muchos más.
En estos momentos, termino de leer el ensayo biográfico Tárrega, escrito por uno de sus discípulos, Emilio Pujol. Es un libro conmovedor, no solamente por el cariño y la devoción que Pujol le imprime al texto, sino porque permite acceder a esos aspectos de la vida de un músico que las propias partituras o el contexto temporal no dan. Tárrega era un hombre humilde, sencillo, tenaz, super estudioso. Incluso estudiaba y daba todo de sí cuando uno se imagina que ya no es posible dar más. Experimentó técnicas, modos de pulsar la guitarra, pues debido a cierta debilidad en las uñas de la mano derecha, logró obtener un buen sonido con la yema de los dedos, e incluso dominando matices y colores con la parte fronteriza entre el dedo y la uña. Es decir, el maestro se sentaba realmente a ver y estudiar las posibilidades de su instrumento.
Una de las cosas que más me llamó la atención era la generosidad del maestro. Así como se ve en la fotografía que ilustra esta nota, realizada en 1906 en su estudio, Tárrega solía entregarse al instrumento y, por supuesto, las melodías resonaban hasta afuera. Pues no solamente el maestro permitía que lo fueran a visitar y ver mientras él estudiaba, a otros músicos, sino también a los pordioseros que frecuentaban la zona.
Otro hecho impactante relatado por Pujol es cómo superó Tárrega un ataque de hemiplejia, probablemente un ACV, que le paralizó el lado derecho. El guitarrista fue reentrenando sus dedos de la mano derecha poco a poco y con paciencia hasta que logró tener la agilidad necesaria como para proseguir con su apretada agenda de conciertos.
Así lo describe Pujol: "Aún me parece verle por las mañanas al levantarse, la barba en desorden, la melena enmarañada, rodeado su ancho cuello con un pañuelo de lanilla de un color grisáceo que entrelazaba con descuido bajo la barba, quedando colgados sobre el pecho sus dos extremos libres. Cubierto el cuerpo por una chaqueta de pana lisa y oscura por uno de cuyos bolsillos asoma el borde de un pañuelo blanco, abrochada al desgaire la camisa, sujeto el pantalón por una faja de campesino y calzado con anchos y cómodos zapatos, su figura avanza lentamente, pero sin pesadez. Una mueca refleja en su rostro la molestia que produce a sus ojos, castigados por crónica oftalmía, la intensa claridad de la mañana. Un ritmo de resignada beatitud en sus genstos acusa el cansancio de una lucha sin tregua, llena de afanes y de esperanzas que raramente se convierten en realidades. Una misma luminosidad confunde, en su ancha frente, las últimas reflexiones de la noche que el sueño disipó y las primeras ideas nacidas con el nuevo día.
"Todo su ser está poesído de esa pasión por el arte que absorbe nuestros sentidos y nos aisla del mundo exterior. Apenas si le concede al cuerpo lo indispensable para vivir; virtudes da imán tiene para él esa guitarra que con tal fuerza le subyuga que, sin ella, siente incluso disminuídas sus funciones orgánicas y anímicas".
Este libro se publicó hacia mediados de los años cuarenta del siglo XX, y la edición que comentamos es de 1978, Artes Gráficas Soler, Valencia (España). Ojalá lo reeditaran para que los aficionados a la guitarra pudieran leerlo.

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