Principia Musicae
Déjame poseerte con mis tímpanos. Abro mi entendimiento para conjurar tu esencia, fundirme en tus vibraciones. No me importan tus formas ni tus ritmos. No me importa si a veces tus ondas pasan de la suave sinusoide a los repentinos picos irregulares. No me importa si te haces ruido, igual eres sonido puro, emanación del Sonido Sagrado, eco del mantram pronunciado por Dios, en cuyo aliento se respiraba el placer de la vida, matizada en energías sutiles, coloreadas con la brillante Luz Mística.
Cuando tus cualidades van al extremo, cuando tus armonías se mezclan en marañas incomprensibles, difíciles de discernir, cuando el estrépito parece ser tu medida, escucho el Silencio en perspectiva. Escucho la ausencia destacada en un vacío olvidado por ti. Por eso recurro al escape de mi racionalidad lógica, sostén de mi cordura creída y confirmada.
Si escapo a este extremo, conjuro la magia y convierto al mundo en angulares cuadraturas de causas y efectos, matemáticamente predecibles. Pero, a veces esto también se torna insoportable.
Así, la balanza se inclina una vez más al lado contrario. Yo me alegro: nuevamente existe la posibilidad de pronunciar la Palabra Móvil, eco del Sonido Sagrado, Eterno Om, Emanación Acústica.
Con mis oídos comprendo cómo el mundo se inclina indistintamente hacia ambos lados de la balanza. Pero mucho mejor encuentro el fiel de este instrumento, ubicado en todo su centro como un tercer pilar: allí están contenidas las características de los sonidos de mis locuras y mis desvaríos, el Silencio Absoluto, el eco del Sonido Sagrado y toda la música posible, imaginada, creada, cantada y ejecutada por todos los hombres y mujeres de la faz de la Tierra. Allí también, en ese fiel, están contenidos todos los razonamientos, elaborados con todas las lógicas capaces de mantener la verdad, reafirmarse con el Absoluto y tener la certeza de la existencia de Dios.
Déjame penetrar por la vacuidad permitida por las ondulaciones, déjame encontrar tu silencio cubierto entre tanta fatuidad. Déjame reconciliarme con el eco de ese Sonido Sagrado, incapaz de volver a ser emitido pero mantenido en la memoria de tus vibraciones inacabadas. Esta es la razón y la intuición. Estas cosas sostienen el eterno principio de la música, su misterio, esencia y temporalidad de lo eterno. Una vez más, déjame ser tu diapasón para vibrar contigo y afinar mi espíritu con el tuyo en la Perfecta Armonía.
(Este texto se publicó en El Universal el miércoles 20 de enero de 1999, página 3-13. Lo publico porque, modestia aparte, me parece un texto hermoso. Un comentario que quiero hacer es que en la redacción del texto no utilcé el "QUE", tal como lo hacía -valgan las inmensas y oceánicas distancias- nuestro poeta cumanés José Antonio Ramos Sucre)
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