Primero vino "Barlovento" y luego conocer el lugar



Ana María Hernández G.

No hay 24 de junio en Venezuela en el que no resuenen los tambores afrodescendientes, y en algún momento del festejo sanjuanero se escuchen los versos: "Barlovento, Barlovento, tierra ardiente y del tambor. Tierra de las fulías y negras finas, que llevan de fiesta, sus cinturas prietas...".

En algún momento de una tarde calurosa, entre la tiza y el piano, el músico comentó que cuando escribió esa canción todavía no conocía la zona. Aunque, por supuesto, después la visitó.

Haber estudiado música con un maestro como Eduardo Serrano fue todo un privilegio, porque él representaba -en los años ochenta- el sueño secreto de todo músico venezolano: poder hablar libremente el idioma musical de los géneros populares y el de los académicos, sin vergüenza.

Corría 1982. En el mundo musical venezolano aún pesaba mucho la figura señera de Vicente Emilio Sojo, fallecido ocho años antes, que todavía censuraba con energía todo intento por conciliar ambos mundos.

Sin embargo, en el salón ubicado en los sótanos del Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela, Serrano solía conspirar con sonrisa amable, y así impartía las clases del Curso Preparatorio de Música, entremezclando amor y severidad, disciplina y relajo, Beethoven y el merengue venezolano.

Su voz nasal hablaba de corcheas y tiempos binarios o ternarios. Mostraba cómo hacer para que un instrumento se instalara en el cerebro, poder hablar el lenguaje del pentagrama y sentir así la música en la cabeza, para que el sonido se revelara de la misma forma como se revelan las palabras con la lectura silenciosa de los textos.

Cuando hablaba, Serrano subía y bajaba las cejas de manera acompasada. Y como eran cejas muy gruesas, llamaba la atención esa danza, aunque tratara de ocultarla tras gruesos lentes. Así contaba también que desde 1973 dictaba ese curso en la UCV, y que solamente se había dedicado a la música popular, como violinista, saxofonista y baterista.

En diciembre de 1985, una pauta estudiantil de Comunicación Social pedía hacer una entrevista, y la "víctima" fue el maestro Serrano. Para ello, nada mejor que sentarse con el músico en su oficina dispuesta en el piso 10 de la Biblioteca Central de la UCV.

Preguntas más palabras menos, Serrano habló de su pasión por la música popular, el único género que había cultivado en su vida: "Cuento con más de 250 composiciones, de las cuales el público no alcanza a conocer más de 25%".

Para enero de 1986, el maestro pensaba retirarse de la actividad docente y profesional de la música y dedicarse a sus asuntos personales.

"Creo que me voy a dedicar a recopilar y ordenar todas mis obras, como para dejar constancia de mi paso por este mundo fugaz", dijo.

Ante la pregunta de si se sentía marginado porque su música casi no se conocía, a pesar de la fama de Barlovento, Serrano comentó: "Eso es falta de cultura por parte de esas personas. Lo que sucede es que nuestro pueblo es extremista: o es amante de la música académica, o si no del rock y lo comercial. Fíjate que de lo popular, nada".

Para esa época, el gobierno de Luis Herrera Campins desempolvó el decreto del uno por uno, con el cual se obligaba a transmitir radialmente una canción venezolana por una extranjera.

A Serrano no le hizo gracia la medida: "Estoy en contra de eso, porque es como someter al pueblo. Nos radian el Himno Nacional tres veces al día, y hay muchos por allí que ni saben quién fue el autor. Entonces, habría que implantar luego el dos por uno, el tres por uno, hasta que oigamos más música nacional que extranjera. Aunque no lo condeno ni lo censuro".

Andando el tiempo, y siempre gracias a Barlovento y a San Juan to'lo tiene, el entonces Concejo Municipal del Distrito Brión del estado Miranda lo homenajeó colocándole a la avenida principal de Higuerote -antes llamada Rotival- su nombre: avenida Eduardo Serrano.

No solo fue Barlovento, Camurí, Tardes de Naiguatá, Choroní, Frente al mar, San Juan to'lo tiene, entre otras, las músicas que aludían a la costa y a lo negroide. Su inclinación por esos temas no fue por nada especial. Al menos, así lo dejó entrever en esa conversación: "Sucede que, musicalmente hablando, el tiempo binario (como el del merengue, el de Barlovento), es mejor en sentido rítmico que las piezas en tiempo ternario (vals), es más pegajoso, la gente lo disfruta más, sin restarle méritos al vals. Es cuestión simple de gusto por el ritmo".

Serrano confesó un deseo: "Solo espero que algún día se acuerden, no de mí, sino de todos los autores venezolanos". Y vaya que ha sido así: ahora lo popular se degusta con toque académico.


(Publicado en El Universal el martes 11 de junio de 2013, en la edición aniversaria 104 del periódico)



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