Cuestión de conceptos
Una línea delgada es la que separa la música popular de la llamada "culta", "clásica" o "académica". Lo primero es señalar que llamar popular a la música (o a la expresión artística que sea) resulta relativamente fácil, mientras para lo otro -que entrecomillamos- no lo es tanto, y siempre, siempre hay que dar explicaciones.
Primero, porque lo que es dable y natural es la expresión neta, pura, primaria del arte, es decir, aquello que es expresión natural de la gente. Y allí es donde, normalmente, entra en consideración aquello que llamamos lo popular. En esta categoría entra todo aquello que nos pertenece por legado natural y ancestral, cultural, tradicional (¡entonces es culto lo popular!). Lo que pasa, o pasó y ahora trata de no pasar, es que los siglos XVIII y XIX pesaron muchísimo sobre nuestra visión de lo artístico, y de alguna manera hubo una escisión -que a mi se me antoja artificial- y que no solo hizo muchísimo daño entre los hacedores de la cultura, incluyendo la música, sino entre el público, amante de sus propias expresiones; y también capaz de aceptar todo lo nuevo que venga, elaborado o no.
La guitarra muestra todas estas características, y la música para nuestro instrumento es un claro ejemplo de lo que pasa, pasó, ha pasado y seguirá pasando. Ver la historia de la guitarra es observar una película o una telenovela de amor, en la que la estirpe popular es relegada, ocultada, velada... y solamente es mostrada y exaltada la parte "bonita"... Basta ver, también, cómo los guitarristas del siglo XX se empeñaron duramente por formarse no tanto como músicos, como ejecutantes, como transmisores de un legado musical, sino como virtuosos, acróbatas, maromeros: mientras más rápido se toca, mejor... más importante se es. Todos los que hemos estudiado guitarra hemos pasado por la competencia, primero con el metrónomo (¡no menos de negra igual 90!) y luego con nuestros condiscípulos, a ver quién tocaba más y más rápido, desde los ejercicios técnicos y estudios hasta las piezas de concierto.
El repertorio popular, las serenatas, la música cantada y con acompañamiento para guitarra pasó a ser la vergüenza de los guitarristas "clásicos". De hecho, la música en la cual la guitarra acompaña es anatema entre los guitarristas "de verdad". Un guitarrista "serio" toca solo... y se basta. Cuando un guitarrista expresa su deseo de hacer música de cámara, o de buscar un cantante para hacer Schubert (por ejemplo) o de buscar un violinista para tocar Paganini, más allá de la Sonata Concertata, es muy mal visto... y creo que justamente allí es donde radica la riqueza de la guitarra, en sus infinitas posibilidades para tocar con otros instrumentos, para acompañar, para dejarse acompañar, para dejar de ser la vedette por un momento, para compartir con una buena voz, para serenatear.
En Venezuela, guitarristas como Aquiles Báez o Miguel Delgado Estévez, e incluso Rubén Riera, están dejando un importante legado con el cual demuestran que la guitarra acompaña y puede ser tan virtuosa como cuando se enfrenta a las partituras duras del repertorio guitarrístico. Incluso, en la simple sucesión de acordes sustenta armónicamente la melodía, con agrado, buen gusto. Pienso en Manuel Enrique Pérez Díaz, Raúl Borges o el mismísimo Antonio Lauro y estoy segura de que a ellos no les habría importado para nada compartir ambos mundos: un buen Aranjuez junto a unas deliciosas Serenatas... al oído, mal no le hacen.
Primero, porque lo que es dable y natural es la expresión neta, pura, primaria del arte, es decir, aquello que es expresión natural de la gente. Y allí es donde, normalmente, entra en consideración aquello que llamamos lo popular. En esta categoría entra todo aquello que nos pertenece por legado natural y ancestral, cultural, tradicional (¡entonces es culto lo popular!). Lo que pasa, o pasó y ahora trata de no pasar, es que los siglos XVIII y XIX pesaron muchísimo sobre nuestra visión de lo artístico, y de alguna manera hubo una escisión -que a mi se me antoja artificial- y que no solo hizo muchísimo daño entre los hacedores de la cultura, incluyendo la música, sino entre el público, amante de sus propias expresiones; y también capaz de aceptar todo lo nuevo que venga, elaborado o no.
La guitarra muestra todas estas características, y la música para nuestro instrumento es un claro ejemplo de lo que pasa, pasó, ha pasado y seguirá pasando. Ver la historia de la guitarra es observar una película o una telenovela de amor, en la que la estirpe popular es relegada, ocultada, velada... y solamente es mostrada y exaltada la parte "bonita"... Basta ver, también, cómo los guitarristas del siglo XX se empeñaron duramente por formarse no tanto como músicos, como ejecutantes, como transmisores de un legado musical, sino como virtuosos, acróbatas, maromeros: mientras más rápido se toca, mejor... más importante se es. Todos los que hemos estudiado guitarra hemos pasado por la competencia, primero con el metrónomo (¡no menos de negra igual 90!) y luego con nuestros condiscípulos, a ver quién tocaba más y más rápido, desde los ejercicios técnicos y estudios hasta las piezas de concierto.
El repertorio popular, las serenatas, la música cantada y con acompañamiento para guitarra pasó a ser la vergüenza de los guitarristas "clásicos". De hecho, la música en la cual la guitarra acompaña es anatema entre los guitarristas "de verdad". Un guitarrista "serio" toca solo... y se basta. Cuando un guitarrista expresa su deseo de hacer música de cámara, o de buscar un cantante para hacer Schubert (por ejemplo) o de buscar un violinista para tocar Paganini, más allá de la Sonata Concertata, es muy mal visto... y creo que justamente allí es donde radica la riqueza de la guitarra, en sus infinitas posibilidades para tocar con otros instrumentos, para acompañar, para dejarse acompañar, para dejar de ser la vedette por un momento, para compartir con una buena voz, para serenatear.
En Venezuela, guitarristas como Aquiles Báez o Miguel Delgado Estévez, e incluso Rubén Riera, están dejando un importante legado con el cual demuestran que la guitarra acompaña y puede ser tan virtuosa como cuando se enfrenta a las partituras duras del repertorio guitarrístico. Incluso, en la simple sucesión de acordes sustenta armónicamente la melodía, con agrado, buen gusto. Pienso en Manuel Enrique Pérez Díaz, Raúl Borges o el mismísimo Antonio Lauro y estoy segura de que a ellos no les habría importado para nada compartir ambos mundos: un buen Aranjuez junto a unas deliciosas Serenatas... al oído, mal no le hacen.
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